Las historias de abuso y violencia en las mujeres que he conocido a lo largo de mi vida son muchas y terribles. La devastación sistemática del cuerpo de las mujeres recorre las venas del mundo; la historia debería de estar escrita con los nombres de las mujeres que han sufrido los abusos sistemáticos e históricos. Frente a estás narrativas de violencia, no queda otro camino que buscar respuestas que ayuden a entender y proponer maneras de erradicarlas, en esa búsqueda hace varios años, conocí el trabajo de investigación feminista de Rita Segato, quien ha sido profesora de Antropología y Bioética en la universidad de Brasilia hasta hace apenas unas semanas, directora del grupo de investigación Antropología y Derechos Humanos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Brasil, y doctora en Antropología de Queen´s university of Belfast, en Irlanda del Norte.
Mi primer acercamiento fue con la escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (2014), y posteriormente La guerra contra las mujeres (2016) sus artículos más recientes, en los que analiza lo que ella llama la “pedagogía de la crueldad”, refiriéndose a la causa de las muertes de las mujeres que fueron devoradas lentamente por las ceremonias del odio, que abandonaron desnudas y fracturadas, con la ternura oscurecida por el terror de saber que, lo que traían en las manos, era su corazón cercenado. Segato ha declarado en distintas presentaciones que lo que sucede con las mujeres es un síntoma de los tiempos. No son crímenes de la intimidad, sino que expresan el estado de arbitrio, que es el estado del presente. Estos crímenes deben ser leídos como un termómetro de la época histórica en la sociedad. Desafían la autoridad y el control legítimos de la violencia por parte del Estado. Pero también representan el funcionamiento de las agencias estatales –policiales y jurídicas–, que son cómplices. En estos delitos, el poder se confirma y se espectaculariza y, a través de la exhibición, se genera una forma de control.
Nos dice también que; La repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora. La crueldad habitual es directamente proporcional a formas de gozo narcísico y consumista, y al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensitización al sufrimiento de los otros, nos dice que esta pedagogía es una especie de enseñanza cultural destructiva que lleva a los sujetos a reducir lo que está vivo en objetos y en cosas para convertirlo en mercancías, un sistema de enseñanza social que perpetúa la violencia y la opresión, especialmente hacia las mujeres y otros grupos marginales. Segato argumenta que esta pedagogía opera a través de múltiples dimensiones, como la cultura, las instituciones, los discursos y las prácticas sociales, y se transmite de generación en generación, sostiene que la pedagogía de la crueldad se basa en una estructura de poder desigual que se sustenta en la dominación, la violencia y la subordinación de ciertos grupos. Esta pedagogía se manifiesta a través de diversas formas de violencia, como violencia de género, violencia racial, violencia sexual y violencia institucional.
La pedagogía de la crueldad no solo se limita a la violencia física, sino que también incluye formas de violencia simbólica y psicológica que perpetúan la opresión y la exclusión. Segato argumenta que esta pedagogía no solo afecta a las víctimas directas de la violencia, sino que también moldea las subjetividades y los comportamientos de la sociedad en su conjunto.
Para desafiar y superar la pedagogía de la crueldad, es necesario desmantelar las estructuras de poder desigual y fomentar la educación y la conciencia crítica. Esto implica la necesidad de desarrollar una pedagogía del cuidado, el respeto mutuo y la justicia social que promueva relaciones igualitarias y el reconocimiento de los derechos humanos de todos los individuos.
Desde el feminismo se busca cuestionar y desmontar las normas culturales y sociales que perpetúan la violencia de género, desafiar los roles de género tradicionales, los estereotipos y las expectativas que imponen restricciones a las mujeres y restringen su autonomía y libertad. Promover una educación feminista, sin duda la educación desempeña un papel crucial en la transformación social. Promover una educación basada en el feminismo implica fomentar la igualdad de género, la diversidad, el respeto y el empoderamiento de las mujeres. Se deben incluir contenidos y perspectivas feministas en los planes de estudio, así como capacitación para los educadores sobre temas de género y violencia de género. Es importante promover la conciencia crítica sobre la pedagogía de la crueldad y sus efectos en la sociedad. Apoyar a las sobrevivientes y denunciar la violencia.
Desmontar la pedagogía de la crueldad desde una perspectiva feminista implica abordar las raíces y mecanismos de la violencia de género y trabajar hacia su transformación. Es urgente reconocer que este es un trabajo continuo y colectivo que requiere el compromiso de toda la sociedad para lograr una transformación real y duradera. Es necesario abrazar la ternura radical.