En la última semana se ha dado un gran debate por la entrega del máximo reconocimiento de la Orden Mexicana del Águila Azteca al líder cubano Miguel Díaz-Canel por parte del presidente López Obrador. En lo personal me parece un error y un exceso otorgar este reconocimiento a un dictador autoritario que tiene al pueblo cubano sometido.
Un gobierno que encarceló el 11 de julio del 2021 a cientos de jóvenes, muchos menores de edad, por el hecho de alzar la voz y manifestarse para demandar libertad; animados por una canción denominada “Patria y vida”, ganadora del premio Latin Grammy, cuyos autores no pueden regresar a Cuba a riesgo de ser detenidos y encarcelados. Un país con más de mil presos políticos.
La primera y única vez que he estado en Cuba fue en 1993. Con mucha ilusión de conocer la isla y sobretodo conocer cómo se vivía bajo el régimen emanado de esa revolución mítica que desde la izquierda teníamos en un pedestal.
Desde el momento de bajar del avión, tuve la sensación de ser observado y vigilado, como seguramente pasó.
En ese momento Cuba estaba atravesando por el llamado periodo especial, una crisis producto del derrumbe de la Unión Soviética, traducido en la suspensión de muchísimos apoyos que por décadas llegaron a la isla y que ya no llegarían más.
Cuba se abría al turismo y a la inversión extranjera, principalmente española, para obtener divisas y poder salir adelante.
En esa época estaba prohibido para los cubanos tener dólares; el tipo de cambio oficial era de 1×1, cuando en la calle, un dólar se cotizaba en más de cien pesos cubanos. Recuerdo que existían tiendas para turistas en donde se pagaba con dólares y podías encontrar productos muy deseados por los cubanos como papel de baño o pasta de dientes; también podías encontrar aparatos de música y televisiones de marca soviética; ¿viajar a Cuba para comprar una televisión?, no me sonaba lógico.
Muchos cubanos te pedían que les compraras alguna cosa en esas tiendas, ya que era la única manera de que ellos obtuvieran esos productos de primera necesidad; la gente se manejaba con tarjetas oficiales que racionaban la comida y otros bienes. Me di cuenta que esas tiendas eran parte de la gran farsa del gobierno.
Nos llevaron una noche a un “desfile de modas”, una pasarela en la que desfilaban modelos guapísimas, al principio mi mujer y yo no entendíamos cual era el tema, hasta que nos dimos cuenta lo que realmente era ese lugar, un espacio de explotación, donde discretamente se ofertaba sexo y diversión: el burdel de la revolución.
Les llamaban tristemente “las jineteras”; la prostitución alentada por el régimen emanado de la revolución que luchó en sus orígenes precisamente en contra de lo que se decía de Cuba bajo la dictadura de Batista: que era el burdel de los americanos, que paradoja.
Alquilamos un par de bicicletas soviéticas que pesaban más que un Ford para pasear por el magnífico malecón de la Habana y recorrer la ciudad con cierta libertad. Donde nos deteníamos nos abordaba siempre algún hombre o mujer para hacer plática, en un principio nos pareció interesante, sin embargo, al cabo de unas cuantas experiencias similares nos dimos cuenta que era un patrón bien estudiado para obtener del turista algún beneficio, que podía ser ayudar a comprar en alguna tienda especial algún producto, darles alguna propina en divisa, o hasta regalarles los pantalones de mezclilla o los tenis.
En una playa cercana a la Habana tuvimos una plática muy interesante y desgarradora con un trabajador que no nos pidió nada más que fuego para encender un cigarro, ahí conocimos la cruda realidad en la que viven los cubanos, muy alejada de aquella imagen que nos habíamos hecho de la revolución. Fuimos a conocer las maravillosas playas de Varadero, ahí se nos acercó un joven con la misma cantaleta que todos los anteriores, nos dijo que el pueblo cubano pasaba hambre, era evidente.
Le pregunté la razón por la cual no pescaba algo en ese rico mar plagado de langostas, me respondió que eso era delito, en Cuba puedes ir a la cárcel por pescar y comerte una langosta o matar una res para darle alimento a tu familia.
Conforme transcurrían los días el encanto se fue diluyendo, la sensación de estar en una gran prisión se fue apoderando de nosotros. Ya de regreso, decidimos llegar temprano al aeropuerto para abordar el avión ruso que nos traería de vuelta a casa. El llegar con tiempo nos valió que los guardias de migración nos revisaran a nosotros y a nuestro pasaporte hasta con lupa. ¡Qué nervios! Nada más eso faltaba, pensé para mis adentros.
Hicimos tiempo antes de abordar en una pequeña cafetería bar, ahí el encargado tenía su radio encendido y estaban transmitiendo un capítulo del famoso programa de Tres Patines, le pedí que subiera un poco el volumen, me respondió que eso no era posible y me dijo en voz baja que le podía costar el trabajo si lo descubrían; estaba escuchando una estación prohibida procedente de Miami, aquí nadie es libre de escuchar la radio que quiera, me dijo el camarero.
A 30 años de distancia, la gente en Cuba sigue igual o seguramente peor, pasando hambre y penurias, sin libertades, sin democracia, bajo el yugo de la dictadura autoritaria emanada de la revolución. Mientras tanto en México, el líder máximo de la 4T decide premiar al responsable de lo que sigue pasando en la isla, con la máxima condecoración que otorga el gobierno mexicano a un extranjero.
Un premio al autoritarismo y a la antidemocracia. PD: La CIDH definió como esclavitud moderna a las condiciones laborales de los médicos cubanos contratados por el gobierno de la 4T.