Autor de 33 libros publicados (hasta antes de morir en Cuernavaca en 1999), el italo-mexicano Gutierre Tibón, se inició en el oficio de escribir con un género “que hoy a la luz de la madurez, acaso pueda hacer sonreír al escéptico, cartas de amor escritas a mi madre a la edad de cuatro años y medio”, me confiesa, acercándose a mí y bajando la voz, cuando en tomo, sólo el viento nos escucha.
“Es por eso que el dolor más grande que he sufrido en mi vida ha sido la pérdida de mi madre, jamás me he consolado de ello. Le siguen o también podrían ir en primer lugar las increíbles infamias cometidas por los nazis entre los años 33 y 45 así como los crímenes estalinianos con sus diez millones de víctimas.
“Figúrese -hace la aclaración-, el tremendo fracaso del marxismo-leninismo. Durante uno de mis viajes que realicé a la Unión Soviética, todo el grano de trigo que comí en Samarcanda y en el resto de Asia que pertenecía a la Unión Soviética Central, había sido traído de Idaho, Estados Unidos”. Cuando lo menciona, la abierta carcajada de Tibón hace que sus hermosos ojos azules se cierren por un momento y sólo después de golpear levemente los brazos de su sillón con ambas manos, logra salir de la risa.
“Ah, otra cosa, -recuerda de pronto- en la URSS, no se ve sonreír a la gente, que para olvidar una vida sin estímulos de libertad, bebe y bebe vodka. Ese sistema no es humano, es dictatorial. Extrema derecha y extrema izquierda son lo mismo. Por eso, el centro es el equilibrio perfecto”, asegura.
Al mirar al doctor Tibón pienso en cómo la propia superación es un acto perpetuo. Su vida es ejemplo de ello. No ha dejado de estudiar ni un solo día de sus años conscientes siempre en forma autodidacta. La primera vez que pisó una universidad, fue como maestro, no como alumno.
Hace una pausa en la que se queda mirando largamente su jardín, vista de la que parece no cansarse. De pronto retoma la conversación: “No puedo hablar de valores políticos, prefiero hablar de valores humanos en los hombres de poder. En ese sentido el General Lázaro Cárdenas tenía la visión de la política internacional en ese entonces representada en Ginebra, Suiza. Hasta allá supo hacer oír su voz a través de sus representantes siempre en en contra del nazismo, del fascismo o de injustas invasiones”.
Al decirlo suspira lentamente, entorna la mirada que parece haberse quedado suspendida en algún punto del tiempo; lo atrapo con la siguiente pregunta. Responde: “En Milán, donde nací, asistí a una escuela sin premios, ni uniformes, representaciones o los llamados ´puentes´, todas esas idioteces que se acostumbran en el Tercer Mundo y que no ayudan a que sus países salgan de su atraso”. Con respecto a los valores del mexicano, insiste: “Quiero decir que aquí en México hay una base ética muy alta, no solamente reflejada en la Doctrina Estrada”.
Mientras escucha la siguiente pregunta, observo que como único adorno usa un anillo de oro con una piedra negra “grabada en Rusia, herencia de mi abuelo”, me dice. Para responderla cambia de posición y me mira fijamente: “Un hombre de poder debe ser humilde, tener un poder muy limitado y ser un auténtico demócrata. Como en Suiza -ejemplifica- mi deseo para México es que cada presidente que llegue al poder, no convierta su gobierno en una monarquía absoluta, ni trabaje para sus grupos cercanos, eso no resulta. Deseo que los virreyes no tengan un poder omnímodo, porque solamente y de verdad compartiendo el mando con todo México, sin distinción de clases sociales o sectores, se podrá realizar algo que hasta ahora solo ha sido un sueño: la democracia”.
Dejamos al Maestro Gutierre con Xolotzin Tibón que nos ladra como despedida, sus rincones brujos que invitan a la meditación desaparecen conforme nos acercanos a la salida así como su hermosa casa. Al cerrarse la puerta detrás de mi, aún recuerdo sus palabras finales: “Salvaríamos un patrimonio cultural muy grande si declaráramos como segunda lengua nacional, una de las más de 60 que se hablan en México, pues el idioma condiciona nuestra manera de pensar”, finaliza. Y hasta el próximo lunes.