A mediados del siglo pasado no solo llegaron a esta ciudad artistas, intelectuales y librepensadores norteamericanos huyendo del senador Joseph McCarthy cuando pudieron irse a distintos estados de la república.
Creo que nos eligieron por varios factores: excelente clima, estabilidad política en la entidad y un ambiente muy interesante; aquí en Cuernavaca ya brillaban con luz propia dos sacerdotes y pronto lo harían tres que en conjunto años después cimbrarían los cimientos del Vaticano.
Me explico: En 1950 ya estaba asentado en Santa María Ahuacatitlán, (uno de los 12 pueblos de Cuernavaca), el prior benedictino Gregorio Lemercier, quien desde su monasterio, preocupado por la falta de real vocación en varios de los jóvenes monjes, pretendió que definieran su fe con el psicoanálisis lo que significaría reformas a la liturgia católica conservadora, esto, 15 años antes de que iniciara el Concilio Vaticano II. Así es que cuando el periódico francés Le Monde Diplomatique, creado en 1954 (que es una publicación con artículos extensos que defienden opiniones bien definidas) convencen a Lemercier, en pleno Concilio, de lanzar la noticia del psicoanálisis al mundo durante el mencionado Concilio, “ardió Troya”. Poco después Lemercier quedó fuera del monasterio, la Iglesia perdió la oportunidad de sanear sexualmente a muchos de sus integrantes e Iván Illich, creador del Centro Intercultural para el Desarrollo, CIDOC, se convirtió en uno de los más incisivos críticos del capitalismo industrial ecocida, fueron tres sacerdotes: el obispo Sergio Méndez Arceo, Gregorio Lemercier e Iván Illich, que atrajeron a gente pensante como el creador de una corriente psicoanalítica Erich Fromm quien desde Cuernavaca escribió su obra cumbre, “El Arte de Amar”.
Antes de eso, debido a una dolencia cardíaca, envían a don Alfonso Reyes uno de los mexicanos más importantes para la cultura universal a refugiarse aquí. Escritor, Poeta, Traductor y a la vez, gran castigado del sistema por ser hijo del General Bernardo Reyes por quien dio inicio la Decena Trágica, tradujo a Homero del griego al español desde el Hotel Marik en pleno zócalo de la ciudad. Reyes, sumido en la erudición también se dio el tiempo de escribir “Homero en Cuernavaca”, libro publicado por primera vez en 1949 y que conjunta una serie de treinta sonetos compuestos a partir de distintos momentos y personajes de La Ilíada y otros temas. De Reyes, su poema: “¡A Cuernavaca!”, les comparto con mucho gusto solo una estrofa queridos lectores:
“A Cuernavaca voy, que sólo aspiro a disfrutar sus auras un momento, pausa de libre esparcimiento a la breve distancia de un suspiro. Ni campo ni ciudad, cima ni hondura; beata soledad, quietud que aplaca o mansa compañía sin hartura…(y termina)…A Cuernavaca, voy. A Cuernavaca.”
Pero en el vaivén del tiempo, que dicen algunos sabios iniciados que es solo uno, sin presente, pasado ni futuro, no puedo dejar de mencionar al Embajador Dwight Morrow, suegro del Coronel Charles Lindbergh, primer piloto en cruzar el océano Atlántico en 33 horas y 32 minutos en el “Spirit of St. Louis”, su monoplano de un solo motor. En él venía a Cuernavaca y aterrizaba en una loma plana de Temixco para visitar a su novia Anne Morrow,que vivía con sus padres los fines de semana en Cuernavaca en la llamada “Casa Mañana”, que era a mediados del siglo pasado la propiedad que el Embajador, su padre, mandó edificar sobre la hoy céntrica vía llamada Calle Morrow en su honor. Y qué creen, Lindbergh fue el piloto del primer vuelo oficial de Mexicana de Aviación. A que no se sabían ésta anécdota ¿eh? No se preocupen, yo tampoco. Por cierto, el suegro Morrow pagó íntegro el costo a Diego Rivera para que pintara los preciosos murales en el Palacio de Cortés, que el INAH ordenó restaurar luego de que sufrieran daño durante el sismo de 2017.
Y qué me dicen del escritor inglés Malcolm Lowry, quien vivió un tiempo en el famoso Hotel Casino de la Selva de don Manuel Suárez y Suárez a finales de 1936, tiempo en el que escribió su mundialmete conocido libro “Bajo el Volcán”. Y don Lázaro Cárdenas que firmó el Decreto de la Expropiación Petrolera en 1938, ¡aquí! en su casa de Cuernavaca sobre la calle que por cierto le puso el nombre de Palmira, en recuerdo de su pequeña hija fallecida a muy temprana edad llamada así. Y en 1954, Haile Selassie, quiso conocer Cuernavaca. Y seguimos con el Negus Nagast el próximo lunes.