El Ayuntamiento de Cuernavaca está en crisis desde hace mucho tiempo. La mala administración junto con actos que conllevan responsabilidades administrativas (como el pago de laudos laborales e indemnizaciones por cancelación de contratos) y la reducción constante de los recursos con que opera derivaron en que el municipio tenga mucho menos dinero del que requiere para atender las crecientes necesidades de una sociedad sumamente demandante. Esta es una cara de la moneda, por la que sería profundamente injusto juzgar la actuación de la administración de José Luis Urióstegui Salgado que, muy lejos de ser perfecta o siquiera extraordinariamente eficiente, tampoco es tan mala como se asegura.
La otra parte es que, desde hace por lo menos un par de décadas, el desorden se ha vuelto cotidiano en la ciudad: invasión de predios, incluso en reservas territoriales; crecimiento desmedido del ambulantaje; falta de orden en el transporte público y particular; apertura ilegal de giros rojos; disposición inadecuada de desechos; construcciones, ampliaciones y remodelaciones de casas y negocios no autorizadas; tala ilegal de árboles; son parte del escenario que ha imperado en la ciudad casi desde el principio de éste siglo, en que el cálculo político de los alcaldes sustituyó una de las tareas fundamentales del Ayuntamiento, la de poner orden.
El caos que impera en casi todas las áreas de la convivencia social afecta más a la ciudadanía que a las autoridades. La falta de voluntad política para reordenar todos los aspectos de la vida pública maleducó a una generación que identifica el orden como rigidez y considera que la disciplina es una práctica injusta en tanto afecta a los que (de forma probablemente equivocada) supone más pobres en la escala de ingresos, o menos dañinos que los criminales peligrosos. Así hay quienes aparentemente consideran que la autoridad debería tolerar a los ambulantes, a quienes portan permisos de circulación vencidos, a los conductores ebrios, a las construcciones irregulares, a los giros rojos que funcionan con autorizaciones ilegales, a quienes se estacionan en lugares prohibidos, a quienes tiran basura en la calle o talan árboles sin autorización. Sólo así se explicaría la colección de reclamos públicos contra las infracciones que Cuernavaca impone diariamente a quienes incurren en conductas que representan faltas administrativas o hasta delitos menores, y se acuse al gobierno de la ciudad de querer “sacar lana de todos lados”.
Difícilmente encontraremos, entre quienes defienden las ilegalidades, un pronunciamiento en contra del orden que requiere la ciudad, pero el efecto es el mismo. El ataque sistemático a quienes buscan que la ciudadanía acate las normas básicas de convivencia busca frenar la actitud que, después de años de ausencia, parece hoy de extraordinaria dureza. No se trata sólo de un posicionamiento político, que resultaría censurable, sino de una posición cultural que con presuntos fines humanitarios autoriza el abuso de algunos sobre el derecho de todos.
Los efectos perniciosos del desorden en que Cuernavaca se acostumbró a vivir son evidentes, el derecho de miles de personas a vivir en paz, en una ciudad limpia donde gocen de los servicios por los que pagan y donde sólo tengan que enfrentar los riesgos imposibles de evitar. La polarización social por la tolerancia a las violaciones a la norma de una buena parte de la población resulta de la evidente injusticia que ello conlleva. Miles de ciudadanos de Cuernavaca están dispuestos a vivir dentro del marco de la ley, no establecen negocios sin los permisos y cuotas requeridas, mantienen en orden sus asuntos, pagan sus impuestos, conducen con precaución. La sanción a quienes no actúan en el marco de la ley debe existir, no se trata de una política recaudatoria (aunque sus resultados puedan ser evaluados desde esa perspectiva), sino de una acción de resguardo social; se sanciona a quienes cometen actos que pueden dañar a terceros, y todas las conductas que enlistamos arriba lo hacen; aunque algunas busquen muy buenos pretextos para ello.
@martinellito
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