Samantha Sánchez
Hace unas semanas tuve la oportunidad de conversar y compartir con alumnos del Instituto Politécnico Nacional (IPN) respecto al papel que los negocios internacionales desempeñan en la comunidad internacional, en la toma de decisiones de los gobiernos y en los efectos de las crisis mundiales en las economías. Junto con los Profesores, llegamos a la conclusión de que más allá de habilidades y conocimientos, es esencial desarrollar una cultura de profesionalidad, ética e integridad en el desempeño de cualquiera que sea nuestra función en el campo profesional; a lo que yo agregaría “especialmente sirviendo a nuestro país”.
En días pasados, Transparencia Internacional publicó los resultados del Índice de la Percepción de la Corrupción (IPC) 2022, en donde México resultó con un puntaje de 39, en una escala de 0 a 100, donde 0 significa alto nivel de corrupción y 100 bajo nivel. En esta lista, México ocupa el lugar 126 de 180 países evaluados. Algunas de las formas de corrupción que se evalúan en este índice son sobornos, malversación de fondos públicos, nepotismo, prevención de la corrupción, protección de denunciantes; entre otros. En México, la corrupción en el sector público es uno de los mayores problemas que afecta a nuestra sociedad. Según datos del Barómetro Global de la Corrupción (BGC) los mexicanos señalan a la policía y a los partidos políticos como las instituciones más corruptas de nuestro país.
Pero, ¿Qué es la corrupción? La Real Academia Española define la corrupción (pública) como la “práctica consistente en la utilización indebida o ilícita de las funciones de las organizaciones públicas en provecho de sus gestores”. Es decir, el abuso de poder público con el fin de obtener algún beneficio para nuestros funcionarios que, a juzgar por las métricas internacionales, nuestro país se encuentra en una de las posiciones más alarmantes a nivel mundial.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el desarrollo Económicos (OCDE), algunos de los principales efectos de la corrupción son la desigualdad de oportunidades, la distribución de los ingresos y la pobreza, sin embargo, la OCDE también plantea una respuesta concreta: Integridad que, de acuerdo al Organismo, se refiere a que “la integridad no es solo una cuestión moral, también se trata de hacer las economías más productivas, los sectores públicos más eficientes, las sociedades y las economías más inclusivas.”
Si bien es cierto que a nivel nación deben tomarse medidas para prevenir y frenar el desarrollo de la corrupción, también es verdad que existen actos de corrupción a menor escala por parte de la población en general, es decir, nosotros mismos. En las encuestas realizadas por Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), se refleja que la ciudadanía reporta un alto índice de desconfianza en las instituciones públicas, pero asegura no haber cometido actos de corrupción como sobornos a las autoridades, por mencionar un ejemplo.
Para cualquiera de nosotros es mucho más sencillo señalar a aquellos que están en posiciones de decisión y autoridad, pero es mucho más difícil reconocer la participación personal en este esquema. A lo largo de nuestra vida, desde nuestra etapa formativa y hasta desenvolvernos en el campo laboral, nos hemos dado a la tarea de aprender que una cultura limpia de corrupción y basada en altos valores éticos es una utopía. “Las utopías son realizables. La vida gira en torno a las utopías”, de autor desconocido, es una de mis frases favoritas y con la que, más allá de dar una tónica motivacional o entusiasta, quiero resaltar la idea de que nos hemos creído que una cultura de integridad y transparencia en una sociedad como la nuestra es bastante utópica.
Como mencionaba al principio, compartir con jóvenes en etapa formativa me ha permitido entender que es entonces cuando somos totalmente capaces de aprender sobre lo que acontece a nuestro alrededor y cómo abordarlo, pero también es el momento en el que comenzamos a desarrollar el criterio para elegir qué línea seguir en cualquier aspecto de nuestra vida, tanto en el campo laboral como en el entorno personal. ¿Por qué no entonces impartir una cultura de integridad y ética mientras nos encontramos en una etapa de aprendizaje? O, mejor aún, ¿por qué no ejercerla en nuestra vida cotidiana y predicar con el ejemplo?
El impacto que tienen nuestras acciones y decisiones en la sociedad en la que nos desenvolvemos es mucho mayor de lo que pensamos. Los principales afectados por la corrupción somos los ciudadanos; el cambio de cultura comienza desde nuestra forma de abordar el día a día. Más allá de una cuestión moral, se trata de asumir la responsabilidad de formar en nosotros mismos la disciplina de alinear nuestros actos, respuestas y decisiones al bien común, dejando de lado alcanzar beneficios personales que minimizan las oportunidades de crecimiento y desarrollo para todos.
SAMANTHA SÁNCHEZ es Licenciada en Negocios Internacionales por el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Cuenta con 7 años de experiencia en finanzas y manejo de recursos en Organismos Internacionales. Actualmente radica en París, Francia, donde se desempeña como Oficial de Administración y Finanzas.