La importancia asignada a las elecciones como elemento constitutivo de la democracia fue bien desarrollada por Schumpeter. La preocupación central de este autor era el funcionamiento real de las democracias existentes y la identificación de criterios que pudieran describirlas adecuadamente en tanto la definición de la democracia basada en la idea de la realización del bien común resultaba inadecuada. La crítica de Schumpeter a esta definición se basaba en el hecho, por él esgrimido, que no existía tal cosa como un bien común con el que todos estuvieran de acuerdo y, en consecuencia, tampoco una voluntad general que implicara la existencia de un pueblo soberano y homogéneo.
Partiendo de la crítica realizada a la existencia de un bien común y una voluntad general, Schumpeter caracterizó al método democrático como “el arreglo institucional para llegar a decisiones políticas en el que los individuos adquieren el poder para decidir por medio de una lucha competitiva por el voto del pueblo”. De esta manera, a diferencia de la definición de la democracia centrada en la mera ejecución de una voluntad general existente, en la definición de Schumpeter resulta fundamental el rol de los líderes políticos en la construcción (o modificación) de estas voluntades que, de otro modo, permanecen latentes. Son justamente estos líderes políticos los que compiten por el voto de los ciudadanos y al hacerlo construyen las voluntades políticas.
La teoría empírica de la democracia fue proseguida por Robert Dahl quien, a diferencia de Schumpeter, puso énfasis en el rol de los grupos de interés más que en los líderes políticos. Para Dahl el término democracia designaba algo inexistente en tanto los principios y prácticas de la democracia resultaban incompatibles con los grandes estados nacionales. Las consecuencias de la formación de estas extensas unidades políticas (el gobierno representativo, la mayor diversidad de la población y el mayor número de conflictos) condujeron a la conformación de un nuevo tipo de régimen político: la poliarquía. Las instituciones políticas de la poliarquía que constituyen los elementos necesarios, aunque no suficientes, para la democracia en gran escala se pueden agrupar en dos componentes: uno vinculado a la presencia de elecciones limpias que deben cumplir con determinadas características (libres, imparciales, de las que pueden participar la mayoría de los adultos en igualdad de condiciones y que son un mecanismo a través del cual los representantes toman decisiones en nombre de los representados) y el otro vinculado con la existencia de determinadas libertades que Dahl denomina como “derechos políticos primarios inherentes al proceso democrático” (libertad de expresión, libertad de información, derecho a formar asociaciones).
De esta manera, el término poliarquía es utilizado por Dahl para señalar un tipo de régimen político caracterizado por la función de representación y muy diferente al de las polis griegas. El gobierno representativo no es un tipo (el indirecto) de gobierno del pueblo (democracia), sino otra cosa distinta, una forma de gobierno en la que algunos gobiernan en lugar de otros, los representan. Nuestras actuales democracias indirectas, representativas o modernas se caracterizan por dos instituciones casi desconocidas en las democracias clásicas: los partidos políticos y las elecciones periódicas, en reemplazo de la asamblea y del sorteo.
Hoy, los líderes políticos pretenden desde el oficialismo cambiar el arreglo institucional que, sustenta nuestro modelo de democracia, a fin de desnudarlo y, dejarlo sin piezas para funcionar.
En otras palabras, se trata de decapitar un modelo efectivo de elecciones libres y auténticas, de la importancia de la imprenta o de la rueda, como el mecanismo eficaz para una convivencia pacífica y socialmente útil entre los seres humanos. No lo permitamos.
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