La reciente participación de la directora del Conacyt y un par de sus subordinados en un foro al que fueron convocados los funcionarios del Instituto Politécnico Nacional y que, además, fue transmitida por las redes del Canal 11, trajo a mi memoria la trama de la novela “1984” de George Orwell.
En esta obra se dio vida a un futuro distópico en el que un régimen autocrático aprovechaba las herramientas que ofrece la tecnología para controlar las emociones del pueblo y así despojarlo de su voluntad.
Sujetos a videovigilancia las 24 horas del día, los ciudadanos (si es que se les puede llamar así) eran sometidos a interminables sesiones de propaganda marcadas por la desinformación y algo que se le nombró como “neolingua” y que consiste en posicionar de manera incesante nuevos y contradictorios significados a las palabras.
Ahora sabemos que esta práctica provoca disonancia cognitiva ya que el cerebro humano no puede procesar correctamente tal cantidad de información falsa o contradictoria, sumiendo a las personas en un estado de confusión permanente que debilita su capacidad de análisis y de crítica.
Pero hay una escena en particular del libro que la sesión en el IPN despertó en mi memoria y es la de los “Dos minutos de odio”, un momento dentro de las sesiones de propaganda que consistía en que, una vez sometidos a una andanada de información falsa cuidadosamente editada para caldear los ánimos de los espectadores, se presentaba sin previo aviso y durante dos minutos la imagen del enemigo público sobre quien se debían descargar las emociones despertadas en la concurrencia.
El objetivo de este ejercicio era desviar el rechazo provocado por el racionamiento de alimentos y las exhaustivas jornadas de trabajo desde el régimen hacia un enemigo imaginario y existía una vasta red de informantes que identificaban a quienes presentaban indicios de comportamiento crítico. Se esperaba que estas personas fueran denunciadas para ser sometidas a reeducación.
No es la primera vez que el canal 11 se convierte en el escaparate desde el cual se busca socializar la visión de la directora del Conacyt. Hace un año se le dedicaron programas completos para justificar las batallas del Consejo contra la ciencia neoliberal. Así, con esas palabras.
Pero no les he dicho todavía la razón por la que toco el tema y es porque en la sesión que comento se presentó mi foto con un extracto de uno de los textos de esta columna sobre la iniciativa oficial de Ley General de Ciencia, Tecnología e Innovación que evidentemente causó escozor en el régimen y que revivo a continuación:
“Es una Ley regresiva que desaparece al Conacyt para dar lugar a una nueva organización impregnada de sesgos ideológicos, alejada de los más elementales estándares internacionales y diseñada para perpetuar un modelo a modo de cómo debe hacerse la investigación”.
Por supuesto que ratifico esas palabras y si lo que buscaban era desacreditarme, temo decirles que el resultado fue exactamente el contrario, pues he recibido numerosos mensajes de solidaridad de parte de colegas del IPN y de otras instituciones, así como un incremento de seguidores en mis redes.
En el mundo científico se nos enseña como principio ético fundamental siempre dirigir la crítica a las ideas, nunca a las personas y mucho menos sin una argumentación lógica y bien fundamentada. Es una experiencia muy preocupante que desde el poder se utilice ahora a los medios públicos para promover ideologías y se ataque a los investigadores.
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