Difícil semana tendrán quienes, en ese discurso simplón de ubicar a la gente en bandos traten de mantener el vínculo entre la senadora, Lucía Meza, y el ex gobernador, Graco Ramírez. En declaraciones consecutivas Lucy Meza ha llamado a atender las denuncias respecto a presunta corrupción tanto en el estado Agustín Coruco Díaz, como en otras acciones de la administración del ex gobernador. En sus dichos, la senadora mantiene la palabra “presuntas”, pero revive una línea contra su ex correligionario (ambos estuvieron en el PRD, igual que muchísimos cuadros de la izquierda morenista).
Graco no tarda en responder y publica un tweet, porque así es él, en que vincula las declaraciones de la senadora y señala: “Cuando haces maromas para esconder tu pasado Perredistas (sic). Denuncias piteras desechadas en FGR. Que (sic) penoso que lo haga”. Y con ello la separación entre ambos resulta más que evidente y no está marcada sólo por el virtual intercambio de declaraciones, sino por la redefinición de la pertenencia ideológica en corrientes diferentes de la izquierda.
Lucía Meza se desmarca del ex gobernador en un cálculo eminentemente político aunque de forma bastante racional y cautelosa. Si hay denuncias, que se investiguen y si hay responsabilidad que se sancione a los responsables. La senadora lo requiere para acabar de construir su imagen como una aspirante a la gubernatura por Morena. El problema de la opinión pública con Graco Ramírez puede arrastrar a cualquiera que se vinculara con él, igual que la cercanía con Cuauhtémoc Blanco pega a muchos de los aspirantes a candidaturas en Morena. Algunos considerarían tardío el deslinde de Lucy Meza, pero probablemente haberlo hecho antes la habría alineado con el monótemático discurso sobre corrupción de Cuauhtémoc Blanco, para quien sólo existe corrupción si se puede vincular con Graco Ramírez.
El deslinde no tendría razón de ser si se analiza la historia política de Morelos. Un poco de sentido común haría pensar que en una población de menos de dos millones de habitantes, donde menos del diez por ciento trabaja en la política, resulta sumamente común encontrar vínculos entre quienes la practican. Pero vínculos no significa subordinaciones, aunque algunos gobernadores así lo quieran y hayan querido.
Ejemplos de vínculos, incluso amistosos y fraternos entre políticos morelenses hay muchos y trascienden los partidos políticos. Muchos más encontramos, por cierto, entre quienes ejercieron cargos en el Congreso local puesto que el ejercicio parlamentario requiere, idealmente, de diálogo permanente y eso necesariamente forma lazos. Lucía Meza ha pasado gran parte de su vida política en parlamentos y tiene enlaces con gente de Morena, pero también del PRD, PAN, PRI, MC, Nueva Alianza.
El mismo ejercicio puede hacerse con otros morenistas (en el entendido de que el partido es relativamente nuevo), Rabindranath Salazar tiene amigos en el PRD, en el PRI, en Nueva Alianza. Víctor Mercado tiene amigos panistas y ex panistas. Y el mismo caso es para prácticamente todos los aspirantes de Morena. Probablemente el que menos atados de ese tipo tendría es el gobernador, Cuauhtémoc Blanco, por dos razones sencillas: 1) llegó a la política de Morelos en el 2015 y 2) la mayor parte de su actividad política ha sido pelear con los políticos locales.
Claro que, igual que algunos de sus antecesores, Graco Ramírez puede sentir que todas las carreras políticas de Morelos que hayan estado entre el 2012 y el 2018, años que ocupó la gubernatura, le deben todo a su excelsa figura. Lo mismo llegaron a sentir Marco Adame, Sergio Estrada, Jorge Carrillo Olea. Y la política morelense ha seguido sin ellos, de hecho, la degradación de la política morelense en los últimos 30 años ha sido un asunto en el que poco han contribuido, pero tampoco lo habrían evitado.
En todo caso, probablemente sea esa polarización de la vida estatal, el pretender ignorar que el estado es pequeñísimo como para andar dividiendo los esfuerzos, la idea de que las diferencias políticas son motivo para la enemistad y exclusión, lo que nos ha traído a un escenario en que el diálogo está prohibido, y las facciones operan exclusivamente para su beneficio.
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