Ninguna otra festividad y tradición religiosa, fuera de Navidad y el 12 de diciembre, es tan sentida y vivida con auténtico fervor popular que la Semana Santa, la Semana Mayor como también se suele decir.
Y es que el alma de un pueblo se nutre de la trascendencia, de lo absoluto, de lo divino. Y nuestra cultura occidental dejo en nuestras fiestas religiosas su impronta de identidad y sentido de existencia.
Lo mismo que los países del primer mundo que los países en desarrollo; igual en la más alta sociedad que en la más modesta de las comunidades, este tiempo de reflexión y vivencia de la experiencia religiosa se nutre de una fe viva. No se apagan afortunadamente las representaciones de lo vivido hace más de 2 mil años, en cada época adaptada a las circunstancias. Se reconoce que en Iztapalapa se lleva a cabo la representación de la semana santa más popular, aunque son también significativas en Taxco, Pátzcuaro, Oaxaca, San Cristóbal de las Casas, entre otras; sin embargo, no vayamos muy lejos, aquí en nuestro querido Morelos en todos los municipios muchas comunidades buscan dejar vivo el memorial de la muerte de Jesús, particularmente en nuestra ciudad la festividad en Ocotepec, en Yecapixtla, Tetela del Volcán- donde la tradición de los Sayones es particular- por mencionar algunos, reúne a la feligresía en tan sentida tradición. Hay que recordar que el viernes santo, el día de la pasión, era costumbre -que ha disminuido sensiblemente- quemar Judas, esas figuras de papel o cartón, que representan al diablo y la traición a Jesús y que decir del sábado de gloria con aquellos jalones de orejas que daban los papás, en fin, tradiciones religiosas que están perfectamente impresas en el alma de un pueblo y que debe ser cuidadas y conservadas.
En tales actos de fe popular aflora la imperiosa necesidad de asirse a lo no humano, a aquello que esta por encima de la contingencia temporal. Que tengan una reflexiva semana santa.