Los votos en México cuentan y se cuentan bien. Los votos los cuentan precisamente las ciudadanas y los ciudadanos que forman parte de las más de 150 mil casillas electorales que el INE instala a lo largo de todo el país.
El INE es una institución del estado mexicano muy consolidada, que goza de un amplio prestigio y reconocimiento social. La propia credencial del INE es el documento por excelencia que nos identifica a los mexicanos y mexicanas mayores de edad.
Hay que entender que el INE es producto de muchas reformas previas que han sido el andamiaje y los cimientos del joven régimen democrático de México. Las reformas han sido consecuencia del proceso de alternancia democrática y se han hecho de manera consensuada entre los partidos políticos y los gobiernos en turno. Han sido reformas que fueron corrigiendo y perfeccionando los procesos a medida que se avanzaba en la apertura democrática. Se ha hecho camino al andar, diría Machado.
Dicen que en México las elecciones son costosas en comparación con otros países, esto tiene su origen en la enorme desconfianza que tenemos los mexicanos por razones históricas. Por eso tantos candados, tantas regulaciones y restricciones que hacen complicado, sinuoso y barroco el tema electoral. Hemos pasado de un país donde un solo hombre decidía por dedazo las elecciones, ayudado por un entorno de simulación electoral (pregunten a Bartlett), a un país en donde la gente es la que decide con su voto quien va a gobernar. No es poca cosa. Recuerdo la primera vez que me tocó votar en una elección presidencial, en 1982, decidí no hacerlo a sabiendas de que el partido en el gobierno, el PRI y su candidato de la renovación moral Miguel de la Madrid, ganaría sí o sí, por deseos e instrucciones del presidente en turno José López Portillo, aquel que defendió al peso como un perro. ¡Qué tiempos!
Hemos pasado de la hegemonía del PRI a la alternancia con el PAN, nuevamente el regreso del PRI y ahora la alternancia vía Morena. Y de manera pacífica.
La reforma que propone el presidente de la 4T y su partido Morena, no es producto ni consecuencia de situaciones electorales que se hayan presentado en los comicios recientes y que ameriten legislar para cambiar. De hecho, los temas más relevantes como es el de evitar que el dinero sucio proveniente de la delincuencia organizada se meta en las elecciones y la participación del crimen organizado en las mismas, es un tema que no toca esta propuesta; ¿será que los ha beneficiado en varias gubernaturas?
Más bien pareciera ser una venganza disfrazada de reforma hecha con el hígado, producto de añejos rencores que datan de 2006 cuando se inventaron lo del fraude electoral que llevó a Calderón a la presidencia. He de decir que muchos en ese momento se los compramos, pero ahora conociendo el nivel de mentiras con el que gobiernan, estamos seguros que no hubo tal fraude, perdió por sus propios errores. Hoy la mayor mentira es decir que no mienten.
Más bien pareciera que esta contra reforma, como toda la política de la llamada 4T, tiene que ver con desmantelar y acabar con todo aquello que tenga que ver con el PRI, o con el PAN y con todo aquello que llaman neoliberal, fifí, conservador.
Las instituciones se construyen con acuerdos de todos y de todas las expresiones políticas, aún más si se trata de los órganos electorales. No hay otra manera de garantizar imparcialidad, credibilidad, certeza y legalidad en las elecciones. No olvidar que lo que se disputa es el poder, ni más ni menos. Y lo que está en juego es la paz y la estabilidad de México.
Los países son fuertes a partir de la fortaleza de sus instituciones. Lo que estamos viviendo en México es precisamente la política de mandar al diablo las instituciones, anunciada desde la campaña del 2006.
La reforma electoral propuesta por el presidente es un despropósito; porque es de todas y de todos, defendamos al INE y a nuestra democracia.