Queridos lectores, ahora que en el Valle del Anáhuac sus habitantes estamos sintiendo la maravilla de los movimientos volcánicos del Popocatépetl, nombre que, de acuerdo con el Gran Diccionario Náhuatl de la UNAM, sigifica “Montaña que humea”, creo necesario actualizar un artículo que publiqué hace tiempo en este mismo diario.
Sí, amigos, desde épocas tan inmemoriables que se pierden en la noche del tiempo, el volcán Popocatépetl que tanto ha cuidado al Valle de México y sus poblaciones aledañas –no se conocen erupciones que ocasionen víctimas mortales–, en restitución, ha permitido todo tipo de rituales que le han ofrendado distintos grupos de poblados originarios o nativos y/o de creyentes tradicionales de diversas etnias, ya sea tanto para apaciguar su temperamento en ritos graniceros, como para pedir tierras fértiles y evitar tormentas que acaben con cosechas.
El gran volcán, inspirado su nombre en un apuesto guerrero que junto a su pareja la hermosa doncella Iztaccíhuatl, princesa hija única de Tizoc, séptimo huey tlatoani sucesor de su hermano Axayácatl, forman parte del panorama visual del antiguo Altiplano y han quedado inscritos en las culturas ancestrales con distintos ritos, han pasado de generación en generación dando origen a varias leyendas, en una de ellas, ambos volcanes el Popo y el Izta, representaban a un par de amantes, tipo Romeo y Julieta, que nunca llegan a consumar su amor.
Un número atrasado de El Tlacuache, órgano de difusión del INAH Morelos, se refiere a ambos volcanes. En él narra que existen diversas cuadrillas denominadas “los cuidadores del tiempo”, que se dedican a barrer, limpiar y ordenar cuevas y cercanías de las faldas que los rodean. Esto lo hacen tras cada ritual de los varios que se llevan a cabo en sus inmediaciones durante el año y a lo largo de los años. Eso me hizo recordar una escalada en mi lejana pero nunca olvidada juventud a un albergue ya hoy abandonado, llamado Tlamacas, punto obligado para los escaladores del volcán de antaño porque desde ese lugar se podía admirar su flanco norte incluyendo el entonces glaciar, lo que asemejaba a poder acariciar la eternidad con esa inefable y formidable vista.
Además de la leyenda de amor entre ambos volcanes que ha llegado hasta nuestros tiempos, también hay hechos históricos muy curiosos, como el que en 1919 ocurrieron en México dos acontecimientos de enorme relevancia: el asesinato del general morelense don Emiliano Zapata Salazar y el inicio, luego de mucho tiempo de inactividad, de un importante período eruptivo del Popocatépetl que coincidió con el artero crimen del héroe sureño. Hay quienes juegan a relacionar su pérdida a la actividad de imparables volutas y pequeñas erupciones que desde entonces han ocurrido, a veces leves, otras no tanto. Pero pocas veces tan intensas como ahora.
Opiniones poéticas aparte, ya llevamos 114 años, de que los sucesivos rituales no paran, eso sí, con las precauciones que se deban tomar por tanta actividad, ceremonias en las que se ofrendan todo tipo de objetos y materiales (tangibles o intangibles) y a cambio, don Goyo sobrenombre popular del Volcán que tiene su origen en los habitantes del pueblo Santiago Xalitzintla, municipio de San Nicolás de los Ranchos en Puebla a solo 12 kilómetros del Popocatépetl, sigue concediendo el beneficio de la vida a todos los poblados que lo rodean tanto en los estados de Morelos como en el de Puebla y el Edomex. Sin embargo, esto no es gratuito. Dicen algunos habitantes que este beneficio que nos ha llegado a través de la tradición oral, o sea de boca en boca, de todos esos rituales como el de los granicereos, también conocidos como tiemperos o misioneros del temporal, es lo que logra la benevolencia del poderoso volcán. A saber, pues.
El Popo que se eleva a 5 mil 500 mts. de altura y tiene un diámetro de 25 kilómetros en su base ha sido alabado, por su belleza por múltiples personajes. Entre ellos el capitán Hernán Cortés, que además de gran estratega durante la Conquista de México, fue un gran cronista que cruzó por el puerto de montaña conocido hoy como Paso de Cortés, por el tramo que une a ambos amantes, en su segunda Carta de Relación del 30 de octubre de 1520 dirigida a Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, describe así su paso entre los dos volcanes ubicándolo meses atrás en 1519 y desde Cholula… Y sigo el próximo lunes.