¿Qué está pasando en las escuelas de Morelos?
Las denuncias por malos tratos y acoso escolar y sexual, en planteles de bachillerato de esta semana obligan a voltear a las escuelas como uno más de los puntos de conflicto y reviven antiguas preocupaciones respecto de la calidad del servicio educativo, pero también sobre el futuro de los jóvenes morelenses, muchos cooptados por grupos delictivos, otros más alejados de las aulas por la pobreza y los embarazos adolescentes, y expuestos a escenarios de falta de oportunidades porque ningún bachillerato parece ser garantía de acceso a los conocimientos mínimos para acceder a una educación superior competente y competitiva.
Probablemente el cada vez mayor índice de conflictividad en los planteles de bachillerato tenga que ver con la descomposición de las relaciones interpersonales durante el periodo de contingencia sanitaria para enfrentar la pandemia por Covid-19; en los dos años de confinamiento, se perdieron las formas para el contacto entre las personas, aumentó la soledad como un sentimiento negativo en muchos, especialmente quienes estaban acostumbrados a trabajar con grupos grandes, como los maestros (especialmente los contratados por asignaturas), y la incertidumbre sobre el futuro personal y social se ha agudizado por la amenaza a la salud y por las consecuencias económicas del confinamiento, a ello tendríamos que añadir en Morelos el componente de percepción de inseguridad que ha crecido en torno a las comunidades escolares.
Los problemas afectan al personal escolar, docentes, administrativos y directivos, pero también al estudiantado que, en los dos años de confinamiento vio aumentada su sensibilidad sobre ciertos temas y aprendió, seguramente a través de medios informales, respecto de los derechos y la tendencia internacional para ampliarlos, y supo que muchas conductas que son comunes en los planteles constituyen pequeñas intromisiones que suelen evolucionar negativamente hasta convertirse en graves abusos. No estamos refrendando un concepto tan frágil científicamente como el de “generación de cristal”, pero resulta evidente la evolución de las nuevas generaciones respecto de conductas sociales que antes consideraríamos normales y que hoy resultan reprobables.
No vemos en la juventud una generación hipersensible, como hacen algunos analistas. En todo caso, sorprende que pese a la percepción negativa de algunas palabras que antes se consideraban definitorias y neutras, y de algunas conductas que parecían normales en términos correctivos y entonces eran deseables en la educación, se consideren tan normales fenómenos como los altos grados de violencia (en los que cientos de adolescentes y jóvenes son deseosos y activos protagonistas), las conductas autodestructivas (alcoholismo, drogadicción y otras de alto riesgo personal).
Como cualquier juventud, la actual es contradictoria pero mayormente justa y siempre extraordinariamente apasionada, al grado que algunas de sus comportamientos y percepciones parecen francamente exageradas. Pero los casos de denuncias por acoso no tendrían que inscribirse nunca en la categoría de las exageraciones. El que durante décadas anteriores se haya considerado normal el acoso escolar en los altos grados de primaria, la secundaria, el bachillerato y los primeros años de universidad, habla muy mal de la sociedad occidental, y mucho peor de las escuelas que lo toleraron a pesar de que su misión era construir un mundo diferente y mucho mejor.
Siempre tradicionalistas, las escuelas han tratado de mantener esas relaciones como normales, incluso pese a la incorporación de maestros jóvenes con nuevas propuestas técnico pedagógicas, probablemente porque es mucho más fácil repetir los errores del pasado que refundar las relaciones interpersonales en cada uno de los planteles. Con toda su complejidad, por cierto, valdría la pena el esfuerzo.
@martinellito
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