Las fiestas patrias no son como las navideñas. En las decembrinas uno espera que todos muestren buena voluntad, que platiquen, que llenen de buenos deseos el ambiente con aroma a manzana y canela, a vainilla y pino, a mucha esperanza. Los festejos de septiembre en México huelen a tequila y a “Viva México, cabrones”, a pozole, a reafirmación patriotera, de esa cargada de ideologías divisorias, no necesariamente son poco divertidos, pero nadie espera que haya reconciliación septembrina entre los actores políticos, entre los vecinos enfrentados, con los tíos que nunca vieron por la abuelita.
En esa tónica, las fiestas patrias pueden ser incluso motivo de rupturas, de reclamos airados o de colecciones de groserías y omisiones diplomáticas. En Cuernavaca, por ejemplo, pese a ser la sede de los poderes del estado los alcaldes no suelen ser invitados a la ceremonia del Grito de Independencia en Palacio de Gobierno, van eso sí, el presidente del Congreso de Morelos y el del Tribunal Superior de Justicia, y algunos notables de la política, todos a invitación directa del Ciudadano Gobernador en turno. El gobernador invita y la gente va, pero al alcalde de Cuernavaca se le omite de la “gala” (que ni lo es tanto) en el Palacio de Gobierno, ubicado a sólo unas cuadras de la sede del Ayuntamiento.
La historia de esa omisión a las buenas costumbres en la política tiene ya varios lustros. Según recordamos, Manuel Martínez Garrigós fue el primero de los alcaldes de la capital morelense que decidió hacer su propia verbena en la sede del Ayuntamiento, afinó la garganta y gritó “Vivan los héroes que nos dieron patria”, tocó la campanita y ondeó la bandera mientras le tomaban montón de fotografías para el recuerdo, desde entonces por lo menos, el Ayuntamiento había tenido su fiesta mexicana al margen de la verbena en el zócalo de Cuernavaca y la gala en Palacio de Gobierno, organizadas ambas por la sucesión de mandatarios, Marco Adame Castillo, Graco Ramírez Garrido y Cuauhtémoc Blanco Bravo.
Hasta este lunes, el actual alcalde de Cuernavaca José Luis Urióstegui Salgado no había sido invitado a la ceremonia del Grito de Independencia en Palacio de Gobierno, según el secretario municipal, Carlos de la Rosa. A lo mejor es de esas invitaciones que le dan más clase a quienes no les reciben, pero en buena lid, el gobernador tendría que haber convocado a Urióstegui que bastantes señales le había dado de llevar la fiesta en paz: primero, suspendiendo la celebración en la sede municipal (por cuestiones de ahorro), atendiendo a la solicitud de cambio de sentido en el desfile del 16 de septiembre (lo que significó negociar con los ambulantes que ponen su tianguis de fritanga, motivos patrios y artículos piratas, que verán reducido el espacio que antes se les concedía), y desilusionando a muchos de sus colaboradores que a lo mejor imaginaban al alcalde pronunciando su primera arenga independentista, y ensayando para las que vendrán que esperan sean por lo menos once.
Pero no, la omisión parece mantenerse y a lo mejor en congruencia con que a final de cuentas la alcaldía de Cuernavaca y la gubernatura del estado se distanciaron hace mucho y “hay que obedecer a la historia antes que pretender cambiarla”, o porque tal vez Urióstegui es (aunque no lo quiere) el símbolo de los anhelos opositores de cambio en el gobierno estatal y entonces se debe procurar evitar cualquier ocasión que le ofrezca el mínimo resplandor.
Y como para demostrar la extraordinaria buena voluntad del Ayuntamiento hacia el gobierno de Cuauhtémoc Blanco, el Ayuntamiento hasta prohibió la venta de alcohol y el ingreso de alimentos (elotes incluidos) a la plaza de armas de Cuernavaca, con lo que se evita la tradición de, a lo mejor ya influidos por el licor o envalentonados con todo lo que hay que reclamar al gobierno de Morelos (desde siempre), se lancen elotazos u otros proyectiles a la figura ínclita (por lo menos ese día) del gobernador. El riesgo de que Cuauhtémoc Blanco padezca entonces lo que sus antecesores, desde Jorge Carrillo Olea han sufrido (el lanzamiento de proyectiles alimenticios), queda reducido al mínimo gracias a la iniciativa del Ayuntamiento de Cuernavaca. Eso de ninguna forma significará que los morelenses desaprueban menos al gobernador, sino que, en todo caso, tendrán menos medios de demostrarlo.
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