Podemos estar de acuerdo, la gran mayoría, claro, de que la marcha del pasado domingo fue una gran demostración de participación ciudadana. Hubo participación de muchos actores políticos: diputados, presidentes de partidos, activistas sociales, y hasta partidarios del régimen de la 4T, pero lo que más hubo fue, sin duda, “ciudadanía a pie”. Este tipo de marchas, que parecen darse una vez cada derrepente, son un arma potente que tenemos los mexicanos para poner la línea sobre la arena al gobierno. Después de votar, es el ejercicio más efectivo que puedo ver. Mi única crítica es que, como ciudadanos, nos involucremos sólo el día de la elección y adicional una cada derrepente. Considero que nuestra responsabilidad como comunidad va más allá de salir un domingo a caminar a Reforma.
Hace miles de años que los humanos empezaron a vivir conscientemente en comunidad y se empezaron a tomar decisiones colectivas. Firmamos ese pacto social metafórico del que habla Rousseau: “a ver muchachos, vamos a vivir todos juntitos, porque así, si llega el lobo estepario, nos podemos defender entre todos, nada más no abusemos de nosotros ¿vale?”. Eso implicaba que se dividieran las tareas: unos cocinaban, otros cazaban, unos cuidaban el campamento de noche, otros de día. Con el tiempo, esas funciones se las dejamos al gobierno a cambio de aportar todos equitativamente al gasto público. De ahí todo se fue en espiral hacia abajo. ¿En qué momento el Gobierno decidió que puede tomar todas las decisiones sin consultarnos? o ¿cuándo estandarizaron los moches del erario público?
Escuchaba hace unas semanas el video de una plática que dan los expresidentes Zedillo y Calderón en un foro internacional, donde Calderón atina a explicar la importancia de la participación de la sociedad en la vida pública. “Política” decía Felipe “viene del griego polis, que significa ciudad. Mientras que ciudadanía viene del latín civitas, que también significa ciudad. Entonces Ciudadanía y Política tienen el mismo origen.” ¿Ciudadanía y política son lo mismo?
Dicen por ahí que la burra no era arisca, la hicieron. Creo que, así como a la burra, a la ciudadanía la hicieron escéptica del político porque a través del tiempo el mal llamado político se aprovechó de la nobleza de la profesión para inflar sus intereses personales. Eso ha hecho que la ciudadanía pierda confianza en los políticos y se desinterese por la política. Luego, en años recientes, cuando los mal llamados políticos ponen al país en circunstancias intolerables, la ciudadanía se tiene que involucrar y lo hace a través de lo que llamamos sociedad civil.
Así las cosas, hoy vivimos con una disociación entre política y ciudadanía. Los políticos son los malos del juego, que se dedican a acordar en lo oscurito, mientras que la sociedad civil somos los ciudadanos que no estamos en esos acuerdos y queremos que mejore la calidad de vida en nuestras comunidades. De fondo, hacer política es buscar acuerdos con esa comunidad. Todos debemos hacer política.