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Jorge Fons renovó el cine nacional con una mirada crítica, coinciden colegas y expertos – El Sol de Cuernavaca

Jorge Fons tenía claro que hacer cine es jugar con cosas muy serias. Cuando alguna vez le preguntaron qué consejo le daría a un joven director, dijo que lo ideal, siempre, es observar la vida diaria, escribirla y grabarla, porque hasta en la forma en cómo se saludan dos personas hay una historia.

Observador minucioso, supo trasladar conflictos sociales allí donde realmente duelen: en los dramas personales. Sin recursos estilizados ni narrativas rimbombantes, el director de Rojo amanecer (1989) y El callejón de los milagros (1995) hizo un cine directo, muchas veces alejado de ese “cine de culto” tan preciado en algunos círculos. ¿O acaso no es un reto contar el horror de la matanza de Tlatelolco utilizando como escenario sólo un departamento?

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El realizador, fallecido la madrugada de este jueves a los 83 años, “pertenece a la generación de jóvenes que quieren dar al cine un nuevo rostro. En medio de una industria en la segunda mitad de los sesenta y setenta ya en franca crisis, irrumpe con propuestas nuevas y un cine más comprometido con los social y la pureza cinematográfica. Aún en su carrera de TV se notaba una intención de propuestas con proyectos como La casa al final de la calle, primera telenovela de misterio, en los años 80″, dice el crítico de cine de esta casa editorial, Gerardo Gil Ballesteros.

Discípulo de dos grandes hombres de teatro, Seki Sano y Enrique Ruelas, Fons conocía el método Stanislavski, con el cual los actores utilizan la emoción y el subconsciente para interpretar a sus personajes.

“Con Jorge Fons se nos han ido los tres grandes de la industria cinematográfica mexicana, como fueron Felipe Cazals y Jaime Humberto Hermosillo”, dice en entrevista con El Sol de México la actriz María Rojo, quien formó parte del elenco de Rojo amanecer, cinta censurada durante una parte del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, debido a que fue la primera crítica abierta en contra de la masacre estudiantil de 1968.

El director de Los cachorros (1973) y Los albañiles (1976) estaba seguro que el cine es un “arte social” donde la individualidad estorba. El desarrollo colectivo, decía, sólo podía ir de la mano de un país donde la expresión artística e ideológica fuera plenamente libre. Alguna vez Fons dijo que 1968 fue un parteaguas en la historia de México porque, paradójicamente, “empezó a desmoronarse la ingenuidad”.

“Era un hombre dispuesto a escuchar y a aportar ideas, siempre enfocado en hacer crecer el cine nacional. Su forma de narrar cinematográficamente era inconfundiblemente mexicana. Sus películas nunca se alejaron de las preocupaciones sociales. Fons vio descarnadamente un país que no se había visto lo suficiente, o que se había visto sólo de forma escapista o melodramática”, observa el productor y director de la Filmoteca UNAM, Hugo Villa.

Ignacio López Tarso recuerda cuando lo dirigió su amigo Jorge Fons en Los Albañiles. “Acudimos a Alemania por el Oso de Plata Jorge, nuestra gran amiga Katy Jurado y yo. En esa película habíamos muchos amigos y fue tan buena que ganó el Oso de Plata en la Berlinale en 1977″.

“Lamento muchísimo su muerte. Era un gran director, al que se le llamó muy poco en el cine , dirigió muy pocas películas, debía haber sido un director, tal vez el más importante de su generación, y no le dejaron hacer su carrera cinematográfica, lo obstaculizaron”, afirmó tajante López Tarso.

“Es uno de los más grandes artífices de la renovación de nuestro cine. Él, junto con figuras como Felipe Cazals, Jaime Humberto Hermosillo y Arturo Ripstein, configuraron el cine mexicano moderno”, asegura en tanto Leticia Huijara, presidenta de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC).

La también actriz destaca la generosidad que caracterizó a Fons. “No habrá una sola persona perteneciente a la comunidad cinematográfica que no te hable del tamaño enorme de ser humano que fue Jorge”, dice.

También recuerda a un Fons siempre vehemente al hablar de cine y reconoce que el director además fue un actor gremial fundamental para el fortalecimiento de la industria. “Es quien impulsa y encabeza la renovación de la AMACC”, afirma.

Fons fue alumno de la primera generación del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) y fue fundador del Teatro de Tlalnepantla, donde montó grandes obras clásicas y contemporáneas. Y es que Fons era, ante todo, un hombre de teatro. Fue, de hecho, colaborador cercano de uno de los más importantes maestros escénicos de América Latina: Ludwik Margules.

El cine fue su amor platónico convertido en realidad. Primero se dedicó a películas universitarias. Pero su gran momento fue cuando se unió al equipo de producción de Los Caifanes (1967), cinta pionera del cine mexicano independiente que cobijó a una generación de egresados del CUEC que, después, encabezaría la nueva oleada de la industria cinematográfica nacional. Jorge Fons y Arturo Ripstein estaban en esa camada.

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“Ellos forjaron el cine de autor y ahora ya no están. Fui privilegiada por trabajar con él en El atentado y Rojo amanecer. Era una persona con muchas habilidades: pintaba, bailaba, aunque era encantador, cuando tenía que ponerse serio y enérgico, lo hacía. A mí no nada más me enseñó a actuar, también me enseñó a hacer sopa de fideos y me enseñó a tejer para una escena que se requería en Rojo amanecer, que como todo mundo sabe se produjo con los ahorros de Héctor Bonilla”, comparte María Rojo.

Jorge Fons perteneció a una generación formada en la utopía de los años sesenta, una generación que, como él lo dijo muchas veces, estaba enamorada del cine más allá de las vicisitudes de la fama y el negocio. Con información de Alma Rosa Camacho

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