El frenesí legislativo de la semana anterior tendría que llevar a una resaca útil para frenar y procesar lo ocurrido durante las tardes y noches en que los diputados y senadores impusieron mayorías y dieron otro paso en el debilitamiento de los equilibrios del Estado Mexicano y la consecuente recuperación de aquella lamentable época de una presidencia imperial.
Morena, PT, PES y PVEM apuestan acabar en los meses que quedan a la administración de Andrés Manuel López Obrador, el modelo de Estado que se fue construyendo desde la última década del siglo XX. El regreso del presidencialismo autoritario se viste con frases, concepciones, imágenes, que buscan ser símiles de las que pulularon en los debates de los setenta, con los mismos argumentos, el mismo maniqueísmo. Mediante una impostura se fuerza un modelo de análisis incapaz de entender la realidad plural del nuevo siglo, al que se reduce a una lucha entre dos polos; luego, se destruye todo lo que pueda significar individuación, distinción, el reconocimiento de las muchas verdades que se suman para construir la realidad en que, irremediablemente, acabamos habitando todos. Frente a una visión tan reducida para ubicar a un grupo víctima de un poder agresor, la solución setentera era empoderar a un sujeto, presidente, dictador, caudillo, para que pueda defender a las pobres víctimas de esos que les hacían daño.
Por sus evidentes equívocos, el sistema de análisis de aquella izquierda maniquea y autoritaria fracasó; pero corregir los daños que produjo tomó décadas a las naciones que cayeron en esa trampa (México fue una de ellas). Desarticular el poder absoluto del presidente requirió de la construcción de instituciones que lo limitaran en cada uno de sus capítulos, así se crearon los órganos autónomos, a los que se les confirieron poderes relevantes en áreas específicas de la actividad pública. Al mismo tiempo, el poder presidencial tuvo que soltar las riendas de la ciencia, el arte, la cultura, la planeación del desarrollo, y se fue acotando hasta admitir, incluso, ser objeto de evaluación realizadas por terceros.
Tres décadas, por cierto, no fueron suficientes (como se ha visto) para erradicar los vicios que el presidencialismo generó en la política mexicana. Los avances son extraordinarios en materia de democracia, derechos humanos, acceso a la información pública, desarrollo científico, crecimiento académico, competencia económica, estabilidad financiera, y otros, a pesar de ello, han resultado aún insuficientes para abatir la pobreza, la inseguridad y la corrupción, (tareas que no corresponden a los órganos autónomos en específico, sino a los poderes ejecutivos legislativos y judiciales, federal y estatales) que reiteradamente caen en desacato de muchas sanciones y recomendaciones de los órganos autónomos.
Cada uno de los llamados metapoderes (esos órganos autónomos que son los que mandan en las áreas para las que fueron creados) es incómodo para muchos de los políticos en tanto les recuerda que su esfera de poder es bastante limitada. A quienes no parecen molestar tanto es a los demócratas de los que se han formado pocos en tanto la democracia lleva relativamente poco tiempo operando en México.
Algo que resulta bastante claro es que el poder es incapaz de regularse a sí mismo. La ciudadanía que confiere ese poder y sufre sus efectos, requiere de instituciones sólidas para vigilar, limitar y sancionar al funcionariado público. Y esas instituciones no pueden estar sometidas a poderes fácticos, como el capital, la iglesia, el crimen o la prensa. Así que la desintegración de unos por la condena a su inoperancia y el ataque a otros compete a todos los mexicanos. En ello va el futuro de nuestro desarrollo económico, social, político, y de la democracia en su más amplia y madura expresión.
El impacto de lo ocurrido la semana anterior en el Congreso de la Unión llevará la misma intrincada trama de todo el sexenio, se aprueban ordenamientos deficientes y algunos inconstitucionales contra los que se interponen juicios para restaurar la legalidad, la Corte los revierte y el vacío legislativo sigue. Una cadena cuya única utilidad es mantener la polarización que conviene a los autoritarios.
@martinellito
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